Experiencia en el Día Internacional de la Educación

24.01.2022

Multitud de docentes nunca hemos abandonado el aula. Yo mismo estaba realizando mi doctorado cuando empecé a impartir clases. Era a la vez estudiante y profesor. Después, habiendo accedido a la función pública docente y a una cátedra, continúo formándome. Sigo asistiendo a cursos para estar al día. Esto puede ser bueno y puede ser malo porque se traduce en una vida que practicamente se estructura en torno al ciclo anual del curso y con una referencia fija en la educación.

No existe un punto de vista docente sobre la vida educativa porque hay un sinfín de ellos entre cada profesional. Lo que sí me llamó la atención fue el comentario de un responsable público de proyectos de cooperación al desarrollo: "cuando en un proyecto de cooperación internacional se propone levantar un puente está meridianamente claro qué profesionales son competentes para ello (profesionales de la arquitectura, de la ingeniería). En cambio, para un proyecto educativo cualquiera se cree idóneo".

Esto es obvio en las redes sociales, en los medios de comunicación social y en los debates públicos. Mucha gente se considera capacitada para hacer un diagnóstico de la realidad educativa y proponer soluciones. Como creyente y simpatizante de la doctrina social de la Iglesia se puede aplicar el noble ejercicio de ojos abiertos, corazón sensible y mano pronta.

Para alguien como yo, que no ha salido en casi toda su vida del aula, muchos de estos diagnósticos resultan bastante sorprendentes, por no decir desacertados y falsos. En ocasiones, lo que se dice en las redes sociales, en los medios de comunicación y en las instituciones políticas tiene muy poco que ver con lo que vives día a día en el aula. Por ser más claro, pocas veces coincide con lo que vivo.

La educación es una profesión maravillosa. Te vincula con personas que están en un proceso de crecimiento y de maduración. Para un creyente te pone en contacto con la dignidad humana y, en muchos casos, con las periferias. Las modificaciones legislativas que tanto debate generan en nuestra sociedad poco afectan a esta realidad. A diario, cada docente se encuentra con un colectivo humano con sus esperanzas, con sus necesidades y con toda su dignidad. Y para quien quiere ser un buen docente esto se traduce en una continua exigencia de mejorar.

Es frecuente que las/os estudiantes hablen más con quienes imparten clase que con sus propias familias. Y en el aula se pueden encontrar afecto y conocimiento aunque también desprecio y autoritarismo. Las aulas les sirven a la mayor parte del alumnado para madurar, para crecer como personas y para aprender.

En estos tiempos están muy de moda las teorías educativas que apuestan por la igualdad. La igualdad es un valor irrenunciable en el ámbito político y en la vida social. Sin embargo, no es cierto que docente y estudiante sean iguales. No hay igualdad ni en el conocimiento ni en la responsabilidad. Mal docente sería quien al empezar un tema supiera lo mismo que quienes acuden a su clase. Ser docente no es mediar entre el conocimiento y quienes van a clase para aprender. Quien bien enseña pone su conocimiento al servicio de quien estudia y le facilita el aprendizaje.

La responsabilidad en el proceso de enseñanza y aprendizaje es compartida pero no es igual. Quien enseña debe prepararse con compromiso cada clase, elaborar con rigor lo que va a comunicar y diseñar lo mejor posible el evento docente para facilitar el aprendizaje de sus estudiantes. Quien estudia también debe ser responsable y debe desarrollar la madurez de ser consecuente de su proceso de aprendizaje. No son justas las teorías que descargan todo el cometido del aprendizaje en quien enseña. Gran parte de docentes se preguntan qué pasará en la casa de quien ni te escucha, ni te atiende en el aula. En torno al proceso de enseñanza hay muchas responsabilidades que no se acaban en el aula.

El éxito de un sistema educativo no reside solo en la responsabilidad docente. Tampoco es responsabilidad exclusiva de la comunidad educativa de cada colegio, de cada instituto, de cada escuela, de cada facultad. Creo que quienes menos influyen en la vida del aula son los gobiernos, los parlamentos y las más altas representaciones de la administración. No obstante, son claves unas políticas públicas con ojos abiertos a las realidades de cada aula, con un corazón sensible a la dignidad humana de cada estudiante y de cada docente y con una mano pronta a las necesidades de toda la comunidad educativa. Las políticas públicas en educación forman parte de las políticas sociales, de las políticas que luchan contra la exclusión, que apuestan por acoger, proteger, integrar y promover el desarrollo moral y profesional de cada ser humano.

El pacto educativo que promueve el papa Francisco es una necesidad para el progreso de la humanidad con el fin de que podamos alcanzar el objetivo cuarto de los Objetivos de Desarrollo Sostenible: Educación de calidad. Una educación de calidad es imprescindible para conseguir el fin de la pobreza, para alcanzar el hambre cero y para lograr la sostenibilidad social, económica y ambiental.

Uno de los capítulos de mayor éxito en nuestro tiempo para promover la educación que queremos es la internacionalización. Recuerdo con mucha emoción mi primer viaje a Francia para ver instituciones educativas francesas, para conocer colegas franceses, su cultura, sus dificultades, sus esperanzas. Con el mismo fin he estado en Italia, Alemania, Eslovenia, Irlanda, Austria, Rumanía. Tampoco olvidaré un encuentro en Berlín de docentes innovadores de toda Europa, organizado por Microsoft. Nunca olvidaré cómo expliqué las pinturas de la Capilla Sixtina a compañeras francesas y austriacas, cómo cené mejillones con el alumnado y con un eurodiputado español en Bruselas. También para ellos el encuentro fue inolvidable como para las familias españolas que han acogido estudiantes de Italia, de Alemania, de Rumanía. He pasado la Navidad buscando empresas para estudiantes Erasmus en Madrid. Cada encuentro internacional te abre la mente y te hacer crecer como docente y como persona.

Si vamos superando la pandemia, estudiantes de España podrán estudiar en centros educativos europeos y trabajar en empresas radicadas en Europa. E igual, estudiantes europeos podrán estudiar y trabajar en España. La experiencia es siempre inolvidable y transformadora.

La internacionalización me ha enseñado centros educativos europeos maravillosos, con instalaciones mejores que las nuestras, me ha demostrado la rigidez del sistema educativo español, demasiado burocratizado, y siempre me ha animado a progresar, a buscar lo mejor para mis estudiantes y para nunca conformarme.

Francisco Javier Alonso

Presidente de la CGJP