Ante los 80 años del primer uso de las armas nucleares
El 16 de julio de 1945, Estados Unidos detonó la primera explosión nuclear en la cuenca de Tularosa de Nuevo México, lo que provocó que diluviara ceniza radioactiva que contaminó la tierra, el agua, la comida y el aire de toda la región. Unas semanas después, Hiroshima y Nagasaki se convirtieron en las primeras ciudades donde se vivió el infierno en la Tierra, con los ataques nucleares del 6 y 9 de agosto de 1945.
Desde esos primeros días de la era nuclear, innumerables supervivientes de la prueba Trinity y de los ataques de Hiroshima y Nagasaki (personas hibakusha y sus descendientes) se unieron, tanto en su sufrimiento como en su supervivencia, por otras comunidades que han sufrido las insoportables consecuencias del desarrollo nuclear, ensayos de las armas y accidentes: desde la mina de Shinkolobwe hasta Church Rock, desde la República de las Islas Marshall hasta Semipalátinsk o In Ekker, desde Three Mile Island hasta Chernóbil o Fukushima. Las consecuencias de estos y de muchos otros desastres (algunos intencionados y otros accidentes) han dejado legados de enfermedad, pena y resistencia.Los ataques de Hiroshima y Nagasaki fueron intencionados. Se planeó que hubiera una masa de muertes y destrucción total, mientras que los más de 2 000 ensayos de armas nucleares se llevaron a cabo sin tener en cuenta las consecuencias, con el fin de matar en otra parte y demostrar la fuerza a grupos enemigos. La destrucción y violencia en curso del desarrollo de las tecnologías nucleares y accidentes nucleares demuestran lo peligroso que hemos hecho el mundo con estos propósitos.
Las tradiciones espirituales fundamentan nuestras perspectivas: a pesar de que la humanidad es capaz de causar daños graves, incluso devastadores, también puede colaborar solidariamente por la vida y el bienestar.Actualmente, mientras insoportables conflictos y violencia asolan el mundo, las asociaciones y comunidades religiosas unimos la voz al creciente movimiento social, sensibilizado por la intolerable presencia de la violencia y la codicia, para hacer un llamamiento a la paz, la abolición nuclear y la justicia en todas sus formas.
Honramos el legado de las personas que sufrieron las heridas del poder nuclear: las personas que gritan en medio del horror de la guerra y las que insisten en la verdad de nuestras interrelaciones. Debemos crear en conjunto un mundo de paz y libre de armas nucleares, por el bien de las personas y los seres vivos de este planeta.
Mientras que la detonación de un arma nuclear promete el fin de la vida tal y como la conocemos, toda la cadena de combustible nuclear (extracción, pruebas, transporte, producción, uso, almacenamiento y residuos) afecta con gravedad a las personas, la tierra, el agua, el aire y los ecosistemas durante generaciones, siendo especialmente afectadas las comunidades indígenas y marginadas en primera línea.
Durante estas ocho décadas, el poder nuclear ha atosigado a la humanidad y a toda la vida en la Tierra a través de la insoportable perpetuación de las dinámicas de poder que se basan en la dominación. Estas tecnologías y lógicas se caracterizan por, y aceleran, el militarismo y la búsqueda de armas terroríficas de guerra, la exploración y la destrucción ecológica a través de la extracción y la contaminación, y la influencia de los intereses poderosos por encima de los derechos y las peticiones de la sociedad civil y la naturaleza.Lamentamos la equiparación de las armas nucleares con el avance tecnológico, estratégico o político, o con la garantía de seguridad. Rechazamos la equiparación de la industria de la energía nuclear con un símbolo de descolonización o ecologismo. A pesar de lo que insistan las instituciones poderosas, las armas nucleares y la energía nuclear no son derechos sagrados. Tampoco es en ellos donde depositamos nuestra fe.
Nuestra ética y espiritualidades insisten en que nos unamos para conseguir una abolición nuclear: prestemos atención a los daños históricos y en curso de los desastres nucleares, y aumentemos nuestros esfuerzos y oraciones sinceros para que todas las tierras, comunidades y seres tengan seguridad, salud y paz.Nos comprometemos a unirnos a la labor de las personas supervivientes, profesorado, sindicatos laborales, familiares, artistas, estudiantes, personal científico, funcionariado electo, personas religiosas y buena parte de la sociedad civil.
Dichos esfuerzos incluyen el Tratado de Prohibición de Armas Nucleares (TPAN) de 2021, al cual actualmente se han unido 73 Estados parte. Además, inspira a movimientos de base y a que se posicionen más naciones y cientos de municipios de todo el mundo. Desde capitales grandes como Atenas hasta comunidades pequeñas, estas adhesiones locales demuestran que el cambio significativo no solo depende de Estados nación, sino de la conciencia y el coraje de las personas de todo el mundo, ya que las personas elegidas como representantes en política y la sociedad civil influyen en la política internacional.
De hecho, estos acuerdos internacionales cobran fuerza gracias a los esfuerzos y la determinación de la gente, que se organiza en forma de testimonios y activismo económico, marchas por la paz e investigaciones civiles; acciones directas no violentas y resoluciones municipales; oraciones, delegaciones y desobediencia civil; planes de estudio e incontables miles de "grullas por la paz" [1]; etc.
Así pues, como personas de fe, aportamos nuestros dones, puntos de vista y posiciones para impulsar los esfuerzos en favor de la paz, las relaciones justas y la abolición nuclear, motivadas y guiadas no sólo por el terror apocalíptico de las armas nucleares y el intolerable sufrimiento causado por el poder nuclear, sino también por la poderosa labor de colaboración en favor de la justicia y la paz.
Nos comprometemos a realizar esfuerzos de alcance local, regional, nacional, mundial y metafísico, desde el núcleo de nuestras organizaciones y comunidades hasta colaboraciones interreligiosas y el trabajo con grupos laicos, ya que reconocemos el poder y la importancia de la solidaridad y la cooperación.
El trabajo por la abolición nuclear vigoriza y prioriza formas de ser éticas que se basan en la verdad, la buena relación y en análisis de supervivencia reales. Debemos estar a la altura de la situación y actuar conjuntamente, tal y como lo exigen nuestras tradiciones religiosas -brújulas morales- y nuestros compromisos espirituales.
[1] Una «grulla de la paz» es una grulla de origami utilizada como símbolo de la paz, en referencia a la historia de Sadako Sasaki (1943-1955), una japonesa víctima de los efectos a largo plazo del bombardeo nuclear de Hiroshima en 1945.