Agua para la paz

18.03.2024

El agua ha sido considerada como el alma azul de la vida. A lo largo de cientos e incluso miles de años, los ríos han hermanado a los pueblos ribereños, por encima de diferencias culturales, de lengua o de religión. Desde las cosmovisiones ancestrales de todas las culturas, el agua ha sido considerada como el alma azul de la vida, lo que ha comportado y comporta para los pueblos indígenas y para muchas comunidades campesinas, un respeto sagrado a los ríos y ecosistemas acuáticos de los que depende la vida en islas y continentes.

En el mundo, 153 países comparten ecosistemas acuáticos: casi 300 cuencas fluviales y en torno a 600 acuíferos transfronterizos, con el 60% de las aguas dulces accesibles del planeta. En este contexto, Naciones Unidas nos llama este año 2024 a celebrar el Día Mundial del Agua, el 22 de marzo, bajo el lema Agua para la Paz.

Entender el agua como un simple recurso económico invita a competir por controlarla y apropiarla, generando graves conflictos. La construcción de grandes presas, desde el primer tercio del siglo XX, al tiempo que ha generado riqueza para algunas personas, ha supuesto el desplazamiento forzado de decenas de millones de otras (entre 40 y 80 millones según la Comisión Mundial de Presas), generando graves conflictos y quebrando los derechos humanos de pueblos y comunidades afectadas. Determinadas actividades productivas, mineras, industriales e incluso agrarias, generan vertidos con metales pesados y otros tóxicos que envenenan las aguas y quebrantan la salud de millones de personas aguas abajo. El acaparamiento de tierras y de derechos de agua por actores poderosos arruinan las fuentes de las que dependen comunidades y pueblos enteros. La invasión de territorios indígenas para desarrollar actividades productivas, sin consulta ni consentimiento previo, ha producido y produce multitud de conflictos, al quebrantar el derecho de los pueblos indígenas al control de sus recursos y en particular de sus aguas, reconocido por Naciones Unidas… Pues bien, estos conflictos, entre otros muchos, cuando se producen en cuencas transfronterizas, generan tensiones internacionales y riesgo de confrontaciones armadas.

Los impactos del cambio climático, con sequías e inundaciones cada vez mas intensas y frecuentes, no sólo agravan esos conflictos, sino que perfilan migraciones masivas que ponen y podrán en riesgo la estabilidad de regiones enteras.

En este contexto urge transitar de la visión del agua como simple recurso a una visión ecosistémica, que permita gestionar esos riesgos y promover una gestión sostenible de ríos y acuíferos en beneficio de todos y todas.

Desgraciadamente, en cuencas y acuíferos transfronterizos, la consideración de los caudales como aguas de soberanía nacional en cada país dificulta e incluso impide a menudo afrontar de forma efectiva estos riesgos. Urge entender que, al igual que los huracanes y tormentas no reconocen espacios de soberanía nacional, los ríos no identifican fronteras en lo que se refiere a sequías e inundaciones. Debemos transitar de la visión del agua como recurso, a una visión ecosistémica, así como superar la estrecha concepción de soberanía nacional vigente para afrontar, desde una responsabilidad compartida, la gestión sostenible de esos ecosistemas y prevenir los riesgos de sequía e inundación, en beneficio de las gentes, y muy particularmente de quienes viven en situaciones de mayor pobreza y vulnerabilidad.

Por otro lado, aunque garantizar los derechos humanos a quienes viven en un país constituye una obligación de cada Gobierno, en cuencas y acuíferos transfronterizos garantizar los derechos humanos al agua potable y al saneamiento pasa necesariamente a ser una responsabilidad conjunta de los Estados que comparten esos ecosistemas.

La Convención del Agua de Naciones Unidas establece principios, normas y directrices para promover esa cooperación transfronteriza que permita garantizar los derechos humanos de las poblaciones de esas cuencas, sean del país que sean, minimizar los riesgos de sequías e inundaciones y promover relaciones cooperativas en beneficio de la humanidad. Es importante reseñar que asumir un enfoque de derechos humanos en la gestión de estas cuencas y acuíferos transfronterizos demanda garantizar una participación pública transfronteriza, con especial atención a las comunidades en situación de mayor vulnerabilidad, y muy en partículas de las mujeres, no sólo por ser quienes asumen el trabajo de llevar el agua a sus familias y comunidades, donde más problemas hay, sino también en cumplimiento de la resolución 1325 del Consejo de Seguridad relativa a la participación de las mujeres en el tratamiento de conflictos internacionales.

El agua como arma contra la población civil. Desgraciadamente, el agua, no sólo sigue siendo motivo de disputas y conflictos, sino que se está empleando en guerras como la de Gaza como arma contra la población civil, generando enormes sufrimientos a millones de víctimas inocentes, mayoritariamente mujeres y menores.

Desde hace más de 15 años, los casi dos millones y medio de personas que viven en Gaza han sufrido un bloqueo que ha hecho de la Franja una prisión a cielo abierto sin precedentes en la historia de la humanidad. La única fuente natural de agua ha sido y es el acuífero costero, con una recarga media de unos 80 hm3/año. Sin embargo, la población se ha visto en la necesidad de bombear unos 200 hm3/año, generándose una intensa salinización por intrusión marina. Por otro lado, el hecho de que el 70% de los materiales necesarios para construir plantas de saneamiento sean considerados por Israel como de "doble uso" y sean por tanto bloqueados, ha conllevado un saneamiento de las aguas residuales muy deficiente, con la consiguiente contaminación fecal del acuífero. Tan sólo el agua producida por las tres plantas de desalación construidas por la UE y por Unicef han permitido proveer agua potable al 50% de la población. Sin embargo, desde que estalló la guerra, el corte de suministros energéticos junto con el bombardeo de pozos, depósitos e infraestructuras básicas ha supuesto el colapso de las desaladoras. La población dispone de entre dos y tres litros de agua diarios, que para colmo no es potable, por salinización y contaminación fecal, lo que provoca masivas diarreas, disentería y otras enfermedades infecciosas, con procesos de deshidratación que conllevan miles de muertes, sobre todo de bebés. El corte de suministros básicos a la población civil, como el agua, los alimentos y las medicinas, está tipificado en el Estatuto de Roma como un crimen de lesa humanidad por EXTERMINIO. Es una bomba silenciosa, pero no menos letal que las que han matado ya a más de treinta mil civiles, en lo que relatores y personas expertas independientes de Naciones Unidas venimos caracterizando como un intento de genocidio del pueblo palestino.

En este Día Mundial del Agua, la opinión pública y los gobiernos de todos los países estamos llamados a reflexionar y reaccionar, para hacer del agua una bandera azul de paz y colaboración, como lo es la bandera de las Naciones Unidas.

Pedro Arrojo Agudo
Relator Especial ONU para los derechos humanos al agua potable y al saneamiento