El cuidado, ¿nuevo nombre de la justicia?

11.06.2021
1. ¿Cuidado frente a justicia?
2. El cuidado, una mirada antropológica
3· Cuidar de los cercanos, los lejanos y los extraños
4. Cuidar lo privado, cuidar lo público

5. El cuidado como promoción de la dignidad humana


En el mundo del pensamiento, de la filosofía práctica o ética, hace ya un tiempo que una palabra va tomando fuerza y poniéndose en el centro del debate. Esa palabra es: cuidado.

Sociedad de los cuidados, paradigma del cuidado, ética del cuidado, cultura del cuidado... Pareciera como si estuviéramos descubriendo una nueva palabra mágica. Impulsada desde las voces femeninas, la ética del cuidado ha encontrado un hueco en el discurso académico y va encontrándolo en el político. En la Iglesia está echando raíces gracias al impulso de Francisco en sus discursos y documentos.

Esta emergencia del cuidado ha hecho saltar ciertas alarmas entre algunas personas e instituciones que se mueven en el ámbito de la justicia. Es cierto que en algunos casos se ha tachado a la tradición de la justicia como una "ética de la crueldad", como una construcción abstracta y fría de conceptos e ideas que poco tienen que ver con el sufrimiento concreto de las personas. Y desde ahí se reivindica el cuidado como la única y verdadera ética que vendría a sustituir a la justicia.

Pero, muy al contrario, puede ser para nosotros una oportunidad para incorporar la tradición del cuidado a la lucha por la justicia. De forma breve, trataré de apuntar que ello es posible, y que cuidado y justicia no son excluyentes.

¿Cuidado frente a justicia?

Algunas personas han creído ver en la emergencia del cuidado el ocaso de la justicia. Dicen que como lo que ahora hay que hacer es cuidar del débil y vulnerable que tengo cerca y que me reclama, toda la energía ética de los individuos y de la sociedad se debe poner ahí. Solo hay ética en el encuentro interpersonal piel con piel con el que sufre. Ello sería coherente con los tiempos que corremos de "nueva modernidad", en los que parece haberse decretado el fin de las aspiraciones universales de justicia, el fracaso de la paz mundial o el buenismo barato de las entidades que sueñan y trabajan por un mundo mejor.

Es cierto que la ética del cuidado ha venido a cambiar la mirada de los que concebían la moral como construcción social sobre principios racionales y universales. El individuo autónomo -o supuestamente autónomo- se construye a sí mismo con criterios de racionalidad y eficiencia, no necesita a la comunidad y se valida en el intercambio consumista. Este paradigma de la nueva modernidad trajo el individualismo más exacerbado y un sistema económico que, en palabras de Francisco, "mata".

Pero es justo reconocer que, junto a ello, nunca antes en la historia se había tenido más conciencia de los derechos humanos, ni tantos ordenamientos jurídicos habían incluido la garantía y el compromiso de los estados con los derechos de las personas. Y sin embargo, dicen algunos defensores del cuidado, no nos ha servido para nada.


El cuidado, una mirada antropológica

Lo más valioso que nos ha traído el cuidado es, a mi entender, un punto de partida antropológico, una manera de ver a la persona en la que coincidimos personas de diversas confesiones religiosas y no creyentes: lo que caracteriza a todo ser humano no es su fortaleza, sino su fragilidad. No es su poder, sino su debilidad. No es su autonomía, sino su dependencia. El ser humano es, fundamentalmente, un ser vulnerable -no sobrevive sin cuidados- e interdependiente -necesita de otros para la vida-. Eso es lo que tenemos en común todo hombre y mujer de todos los tiempos y culturas. Lo que nos define como especie es nuestra capacidad de cuidar de otros y nuestra necesidad de ser cuidados, porque sólo con el cuidado es posible la vida.

Esto es muy evidente en el principio de la vida, pues un bebé sin cuidados no sobrevive, y en el final de la vida, cuando la dependencia de otros va siendo cada vez mayor. Pero también en la vida cotidiana precisamos de los otros para llevar adelante nuestro proyecto vital. Necesitamos un otro que nos ayude, que colabore con nosotros, que nos enseñe, que confíe en nosotros. Y necesitamos a otros para vivir en sociedad, en comunidad, en familia. El paradigma del cuidado postula que lo que constituye toda comunidad humana es el cuidado mutuo que nos prestamos. Y es en torno a los valores del cuidado como nos hacemos más plenamente humanos.

Hasta ahora, especialmente en la modernidad y posmodernidad, hemos aceptado y alimentado el paradigma del éxito, de la superioridad, de la competencia. El mundo es de los que triunfan, y el triunfo se mide cuantitativamente: tanto tienes, tanto vales. El mundo se guía por la lógica del tener, que nos lleva a un consumo compulsivo de bienes y servicios para nosotros mismos, en competencia con los demás. El afán de poseer -cosas, dinero, prestigio, estatus, bienestar...- es ilimitado y todos aspiramos siempre a más. Esta dinámica ha hecho que la especie humana esté en peligro. El calentamiento global, la falta de acceso al agua, el hambre, las energías nocivas para el ambiente, el deterioro de los ecosistemas, la sobreexplotación de los recursos naturales y otros fenómenos conocidos están haciendo de nuestro planeta un hogar en peligro para la especie humana.

Hay quien dice que la tarea pendiente como humanidad es reconocernos unos a otros como especie. Reconocernos unos a otros como de la misma especie es uno de los desafíos del proyecto de humanización. El racismo, el miedo al diferente, la violencia, la trata de seres humanos, las guerras, la tortura, la negación de facto de los derechos humanos de todas las personas nos dicen que no nos reconocemos como seres de la misma especie. Este reconocimiento solo vendrá a través del encuentro con el otro y el vínculo que genera el cuidar y ser cuidado. Es, por tanto, cuestión de supervivencia. El planeta como hábitat de nuestra especie va camino de la destrucción. Salvarnos como especie requiere abordar el cuidado del otro y el cuidado del planeta.

Cuidar de los cercanos, los lejanos y los extraños

Las tareas de cuidado de las personas cercanas, de la gente que queremos -familia, amigos, compañeros- se dan por descontadas, pues entran dentro del despliegue del amor. En primer término, cuidamos a "los nuestros" y esperamos que ellos y ellas nos cuiden.

El cuidado de los lejanos - mi barrio, mi pueblo o ciudad- pasa por cuidar las organizaciones e instituciones. Y es que las organizaciones en una sociedad democrática nos ayudan a la autorregulación y al mismo tiempo nos permiten proteger los derechos y extenderlos a otros. El cuidado de las organizaciones de barrio, de amigos, profesionales, religiosas, etc. son factores de seguridad para nosotros y para los que se relacionan con nosotros más allá de nuestros lazos familiares.

Pero, ¿qué pasa si pensamos más allá de los lejanos. Pensemos en los extraños. Personas y pueblos que viven tan lejos de nosotros que solo nos podemos hacer cargo de ellos por abstracción, es decir, de forma teórica conceptual. Para los detractores de la justicia, ésta pertenece al reino de las ideas, de los conceptos, pero no mueve, no conmueve.

¿Cuándo y cómo cuidamos de aquellos que no conocemos, que están lejos de nosotros? La respuesta es sencilla, cuando cuidamos los bienes públicos. Los bienes comunes o bienes públicos son todo aquello que es necesario para que cada ciudadano viva con dignidad, aquello en lo que convenimos que nos es necesario para poder ejercer en plenitud nuestros derechos humanos. Esos bienes son comunes, y el cuidado concreto de esos bienes acerca la justicia al cuidado.

La lucha porque todos accedamos a lo necesario es, por tanto, una forma de cuidado. El agua que sale del grifo en mi ciudad es de igual calidad tanto si la bebe un millonario como un mileurista: es pública. Si un sistema educativo es de calidad homogénea para todos los niños, entonces los niños ricos y pobres estarán igualmente cuidados. Lo mismo puede decirse si los servicios sociales, la salud, la vivienda, la información, el transporte son bienes públicos. La equidad, pues, es la forma política del cuidado. Si cuidamos lo público, estamos trabajando por la justicia.

  Cuidar lo privado, cuidar lo público

Es sencillo percibir los cuidados en lo cercano, en lo emocional. Pero afirmar que las prácticas de cuidado deben llevarse también a la política y administración públicas nos lleva preguntarnos por el cómo. Porque una de las grandes aspiraciones de la ética del cuidado es que la propia idea del cuidado debe ser desprivatizada, des-familiarizada.

Es una invitación a que quien ponga su mirada en los rostros concretos sufrientes no la levante del todo, sino que siga con los ojos abiertos hasta ir viendo las circunstancias que provocan el sufrimiento. Y desde la con-moción y la indignación surgiera de manera clara la pregunta por las responsabilidades sociales. ¿De qué modo somos responsables como sociedad del sufrimiento de los más débiles? ¿Cómo tejer la red de agentes sociales que salgan al paso? ¿Qué políticas debemos exigir a los poderes públicos para que los cuidados prestados y recibidos se conviertan en derechos?

En este sentido, los derechos son, por un lado, cuidados legítimos y, por otro, responsabilidad colectiva de los ciudadanos. El cuidado extiende la red de los afectados por los derechos de las personas. Llama a la implicación de personas y entidades de la sociedad civil, a la corresponsabilidad. El cuidado entiende lo público más allá de lo que tiene que ver con las administraciones públicas. Lo público es lo nuestro, lo común, lo de todos.

Lo original del cuidado es que pide prácticas de la administración pública no ya dirigidas a igualar a los ciudadanos, sino a promover las diferencias.

 El cuidado como promoción de la dignidad humana 

A quien le interese el tema del cuidado, le invito a releer el Mensaje de Francisco este año de la Jornada Mundial de la Paz La cultura del cuidado como camino de paz. Francisco alude a la doctrina social de la Iglesia como fundamento de la cultura del cuidado. Aunque no los desarrolla, sí es interesante, al interior de la Iglesia, vincular el cuidado a cuatro principios básicos de la doctrina social de la Iglesia: la promoción de la dignidad de toda persona humana, la solidaridad con los pobres y los indefensos, la preocupación por el bien común y la salvaguardia de la creación.

Todos están conectados entre sí y conforman la base de la construcción de un camino hacia la anhelada paz mundial y fraternidad de los pueblos. De hecho, podría leerse Fratelli Tutti como un desarrollo sistemático desde esos cuatro principios. De este modo, el cuidado de lo más próximo se hermana con la construcción de la fraternidad universal.

Nos toca a nosotros, desde Justicia y Paz, mostrar con nuestros hechos que luchar por la paz y la justicia es nuestra manera de cuidar a los hermanos y hermanas que encontremos en el camino "de bajada de Jerusalén a Jericó". Porque toda persona que sufre, cercana, lejana o extraña, nos concierne porque es nuestro prójimo.

Francisco Prat

Responsable de formación de Cáritas Española