La cultura del cuidado como camino para la paz

30.12.2020

Oportunamente, el papa Francisco ha rescatado el tema de la cultura del cuidado para el Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz de 2021. Voy a referirme a las raíces bíblicas e históricas de la cultura del cuidado terminando con algunas demandas actuales de la cultura del cuidado en las que trabaja Justicia y Paz.

La cultura del cuidado tiene sus raíces en las primeras páginas del Antiguo Testamento cuando, en los primeros capítulos del Génesis, el Creador confía el cuidado de la creación al ser humano. Esta posee raíces profundas en la cultura de Israel, en el momento en que el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob encomienda a su pueblo el cuidado del emigrante, del huérfano y de la viuda. También, la denuncia de los profetas por los pecados contra la viuda, el huérfano y el migrante va a ser motivo de su martirio así como causa de la expulsión de Israel de la Tierra Prometida y de la destrucción del templo.


La causa de la cultura del cuidado guarda sus páginas más bellas en los Evangelios y Jesús es el mejor ejemplo que podemos encontrar en la historia de la humanidad

La cultura del cuidado comienza en los Evangelios, en el hecho de que la divinidad confía el cuidado de su hijo a una mujer, María. Poco nos podíamos imaginar que la alianza definitiva entre Dios y la humanidad iba a nacer cuando el Creador confía a su hijo a una madre.

No es la primera vez que una mujer expresa sobresalientemente la cultura del cuidado en las páginas bíblicas. Podemos recordar el juicio del justo rey Salomón ante las dos mujeres que pugnaban por el mismo niño. El rey se ofrece a cortar el niño por la mitad para satisfacer la demanda de ambas y solamente la verdadera madre renuncia con el fin de que este no pierda la vida.

De igual modo José, el esposo de María, es ejemplo de cultura del cuidado en las escasas ocasiones en que se refieren a él los evangelistas. De José sabemos poco. Conocemos que no era un fariseo pues, si lo hubiera sido, habría entregado a María a la lapidación. Por ser justo y cuidar a Jesús huyó a Egipto y por cuidar a Jesús se estableció en Nazareth de Galilea.

Uno de los mejores ejemplos de cultura del cuidado en el Antiguo Testamento es José, el hijo de Jacob. José es modelo de cuidado cuando perdona a sus hermanos que le habían traicionado y asimismo, es paradigma de cuidado en la gestión de los recursos públicos. Nos enseña un modelo perfecto de gestión: ahorrar en los tiempos de prosperidad para tener recursos en los tiempos de crisis.

Jesús es el mejor ejemplo, como ya he dicho, de esta cultura de cuidado. Jesús es ejemplo de Iglesia, es hospital de campaña tal y como propone el papa Francisco. Atiende a quien le necesita, sin prestar oídos a otras consideraciones, para ira e irritación de fariseos y saduceos que le condenan por curar en sábado y por blasfemia. Por eso Jesús no podía poner como ejemplo en la parábola del samaritano ni al levita ni al sacerdote cuyas prioridades muy religiosas eran distintas a las que ya había fijado el Dios de Abraham, Isaac y Jacob: la viuda, el huérfano y el emigrante.

En nuestros días, las propuestas del papa Francisco en favor de la cultura del cuidado también irritan y son motivo de ira

No me sorprende que quienes critican el mensaje del Papa invoquen las palabras de Caín, el primer homicida: ¿Acaso soy yo guardián de mi hermano?

La cultura del cuidado forma parte de nuestra tradición histórica. En la Alta Edad Media, ayuntamientos y monasterios estaban obligados a practicar esta cultura del cuidado. Desde la Baja Edad Media las órdenes mendicantes y sus conventos se suman a esta tarea primordial. Y ese fue el deseo de Isabel la Católica para las personas nativas de América.

El liberalismo decimonónico redujo la cultura del cuidado a la beneficencia y en la Iglesia, después de las desamortizaciones, florecieron congregaciones atentas a la cultura del cuidado. Hoy, el cuidado de las personas vulnerables no es solo el fruto de la liberalidad de las personas buenas sino además, un derecho reconocido en multitud de constituciones y textos legales. Los derechos económicos, sociales y culturales, los derechos de la segunda generación, son expresión de esta cultura del cuidado.

Sin embargo, estamos demasiado lejos de que el árbol de la cultura del cuidado, a pesar de la profundidad de sus raíces, alcance el tamaño que requiere la dignidad humana. Por eso, es oportuno el mensaje del papa Francisco que nos señala un horizonte moral que demanda nuestra pronta acometida.

Con urgencia, Justicia y Paz de Madrid se ocupó de la situación de personas mayores y residencias durante la pandemia, por la falta de respeto a la cultura del cuidado. Con urgencia, José Luis Segovia, Vicario madrileño para el Desarrollo Humano Integral y la Innovación, denunció la situación de las personas migrantes ante las instituciones públicas. Con urgencia, Cáritas Diocesana de Madrid ha denunciado la situación de la Cañada Real. Con urgencia, Tejiendo Redes contra la Trata se conmueve ante nuevos casos de trata interna y trata para la comisión de delitos. Sin embargo, las instituciones públicas no están siendo un ejemplo de respuesta justa a estas reclamaciones.

La legitimidad de las instituciones públicas no deriva solo de su origen democrático sino del ejercicio de sus competencias en pro del bien común. Su legitimidad democrática exige que ejerzan sus funciones con total transparencia. Esto únicamente se consigue con el ejercicio activo de la ciudadanía y la participación política. Administran recursos que no les pertenecen y por eso, es gravísima y un atentado a la democracia cualquier forma de corrupción. La democracia nació en Grecia como forma de integración social y no debe utilizarse para la exclusión. Los derechos económicos, sociales y culturales no pueden ser derechos subsidiarios frente a las libertades públicas y los derechos civiles. Ambos se merecen la máxima protección y garantía.

En 2008, el Consejo Pontificio de Justicia y Paz denunció que la crisis provocada por las élites financieras se iba a pagar con recortes a las personas más vulnerables. Y su denuncia suscitó el reproche de las élites financieras. La crisis de la pandemia llegó con unos sistemas sanitarios insuficientes, con falta de personal y falta de recursos. La competencia profesional del personal de enfermería es el cuidado de las personas enfermas. Multitud de profesionales de la sanidad han pagado su entrega y su dedicación con el contagio de la enfermedad, sus secuelas y el fallecimiento. La pandemia ha puesto de relieve la precariedad del personal sanitario y de tantas profesiones esenciales. No hay cultura del cuidado sin trabajo decente también en las profesiones que se ocupan del cuidado de personas.

La cultura del cuidado no se cubre solo con recursos financieros y económicos. Necesitamos ternura del personal de las administraciones públicas y de las instituciones privadas. La ternura no puede ser algo que se tiene si se paga. Necesitamos ternura en los centros de salud y en los hospitales y también en la escuela, en Hacienda, en el banco.

Es absolutamente cruel que una persona anciana piense que ya no merece vivir porque es una carga. Es una vergüenza que cada vez sea más difícil contactar con Hacienda, con tu banco, con una empresa de la que eres cliente. No es justo obligar a utilizar herramientas informáticas a quien no las conoce y que a la entrada de cualquier institución no haya nadie y tengas que tratar con máquinas que no comprendes.


Por todo esto, apremia una cultura del cuidado como horizonte moral para el conjunto de la humanidad. No podemos seguir pagando el precio del máximo beneficio con trabajos indecentes y negocios insostenibles.

La cultura del cuidado es una cultura que aúna sostenibilidad económica con sostenibilidad social y sostenibilidad ambiental. La cultura del cuidado impregna todos los objetivos de desarrollo sostenible y requiere la alianza de agentes públicos y agentes eclesiales y sociales.

La Iglesia no puede estar de espalda a estas responsabilidades. La cultura del cuidado no es una cultura para fomentar la incuria, la indolencia, la pasividad sino para fomentar nuestra responsabilidad personal y el empoderamiento de las personas más vulnerables.

La cultura del cuidado va más allá del trato de las personas necesitadas pues, como enseña el Génesis, alcanza el cuidado de la casa común. Comprende la lucha contra la pobreza, la lucha por la biodiversidad, por las energías renovables, por la custodia adecuada del agua, por la gestión correcta de los residuos y por la salud pública.

En definitiva, la cultura del cuidado precisa nuestro compromiso personal, eclesial y público. 2021 será un año feliz si crecemos en cultura del cuidado.

Francisco Javier Alonso Rodríguez, Presidente de Justicia y Paz