Espiritualidad ecológica: aprender a vivir de otra manera

23.11.2022

Durante los días 18, 19 y 20 de noviembre de 2022, nos hemos reunido en la Cueva de San Ignacio de Manresa, unas sesenta personas de Justicia y Paz, junto a las entidades hermanas Cáritas Española y CONFER; D. Romà Casanova, obispo de Vic; y D. Javier Vilanova, obispo acompañante de la Comisión General. Hemos elegido este lugar para las jornadas anuales con motivo del quinto centenario del peregrinaje de San Ignacio de Loyola a Manresa. Además de compartir la celebración de la familia ignaciana, hacemos propia la intención de "ver nuevas las cosas en Cristo" porque las heridas se convierten en bendición y el daño que causamos a las personas y a la madre Tierra necesita ser transformado en perdón para llegar a la plenitud absoluta, visto de forma espiritual, a la vez que progresamos en la eliminación de los combustibles fósiles, que son el principal causante de la crisis climática, y que continua constituyendo otra gran decepción de la COP27, terminada al comenzar las jornadas. Desde la ecología integral, a la que nos invita el papa Francisco en Laudato si' y Fratelli tutti, y la espiritualidad ignaciana profundizamos en el compromiso con los diversos modos de presencia e incidencia en la sociedad global, "examinándonos para ver lo hecho hasta aquí y lo que todavía nos queda por hacer" (Cfr. OA 48) en favor del desarrollo integral y solidario de la humanidad.

Las jornadas transcurrieron realizando una peregrinación a través de las fases de los ejercicios espirituales ignacianos. Javier Melloni, jesuita, nos acompañó en una ponencia sobre la primera semana para destacar que la ruptura de lo que somos se produce en las pulsiones de depredación y apropiación que destruyen los principios de reciprocidad y de relación. María Toscano, profesora de filosofía, insiste desde distintas aportaciones históricas, culturales y disciplinares que todo el universo grita, de todas las formas posibles, que él es la expresión de lo invisible. Somos el hijo de la trinidad y lo somos con la tierra y con el árbol, por eso, nuestro ser hace sagrado lo que mira, pisa, come o viste. Todo ser es parte de una realidad sacramental que evoluciona y cambia, y que forma parte de un proceso divino. Enrique Lluch, profesor de economía, comparte el cambio necesario de la economía que mata la dignidad, la esperanza y la naturaleza y la llama economicismo.

Nuestra espiritualidad cristiana nos invita a vivir de otro modo y a colaborar para evitar las desigualdades, incrementadas por las formas de consumo sin límite, por la falta de control del excedente y por la economía globalizada, depredadora de recursos y personas. Esta lógica economicista es una nueva forma colonialista que provoca un aumento de la violencia, produce estragos en las distintas guerras y destruye de forma acelerada el sustrato de vida de nuestra casa común, dejando a un mayor número de personas al margen, al tiempo que aumenta la contaminación y los residuos, e ignora a quienes no pueden seguir el ritmo, así como la pérdida de biodiversidad. "La conversión ecológica se hace apremiante. Urge un nuevo modo de habitar el mundo, desde una ética de lo suficiente" [1].

La cuarta fase de los ejercicios nos lleva al compromiso y estas jornadas nos impulsan en la defensa de los derechos humanos, la paz y el cuidado de la naturaleza, considerando a las generaciones futuras, desde los valores y principios del evangelio y la Doctrina social de la Iglesia. Vemos urgente actuar en los distintos niveles de compromiso local, nacional y global dejando patente nuestra realidad interdependiente, tanto humana, como social y ecológica.

La conclusión del proceso espiritual es la contemplación para alcanzar amor donde lo que en la primera semana - alabanza, reverencia y co-creación - es un enunciado o un marco, en la contemplación se convierte en una transparencia y un modo de vivir. La tarde del sábado realizamos un paseo hasta el Pozo de Luz donde, en Íñigo de Loyola, se produjo la inspiración que simbolizó el nacimiento de la misión apostólica ignaciana a través de una nueva percepción del mundo.

Al igual que él, también descubrimos nuevos caminos y tenemos disposición de transitarlos. En este encuentro escuchamos la invitación a mirar con ojos y sentidos nuevos, profundizar en la grave crisis ecológica que no está separada de la crisis social y que nos interpela. Necesitamos transformar de forma creativa la actitud depredadora en otra cuidadora; no basta con poner parches para no superar los límites físicos de la vida. Esto nos hará crecer integralmente en la dimensión espiritual y nos permitirá construir de forma abierta, incorporando las nuevas expresiones de las generaciones. Para ello, hemos utilizado el símbolo de una espiral que se itera hacia la trascendencia.

El camino ecológico constituye una mediación innovadora para establecer vínculos de cuidado con los entornos vivos que favorezcan una sociedad más enfocada al cuidado y al respeto, basada en relaciones fundamentales estrechamente conectadas entre sí: la persona en relación consigo misma, con el entorno eco-social y con Dios. «Cada dimensión necesita de las otras. Hay una realidad múltiple y diversa en la que no se sabe dónde están los límites de cada parte» [2].

Sin que las personas nos imbriquemos en "un mundo más que humano", en el que lo humano y la naturaleza estén integrados, no puede haber ningún cambio [3]. Queremos "alimentar la pasión por el cuidado del mundo" (LS 216) y no entramparnos en la dinámica globalizadora; tejer las relaciones de la vida exige responder a:

  • Las reiteradas injusticias cometidas contra personas, familias y pueblos a quienes se les despoja de sus derechos humanos, vivienda, trabajo y territorio. Es preciso fortalecer el sentido de comunidad y la práctica del diálogo político para avanzar hacia la recuperación de la dignidad de cada persona y su entorno, buscando el equilibrio entre las necesidades, los deseos y los derechos.
  • La inclusión que gesta un mundo abierto (FT 87) donde se recupera el sentido de la vida, la propia identidad y el diálogo intercultural de saberes y creencias, construyendo una familia más grande que habita la casa común (FT 17). Aprendamos con humildad de los pueblos originarios, que mantienen la admiración y relación más genuina con el sentido de la vida y la naturaleza.
  • El cuidado que sana las relaciones y renueva la dignidad a la vez que favorece la profundidad de la belleza natural del cosmos, superando la mirada superficial y frívola de la simple productividad y dominio. Cuidado hacia nuestra oprimida, castigada y descuidada casa común (LS 2), hacia las personas más descartadas, las que quedan a los márgenes (LS 43; FT 64), cuidado que construya unas estructuras humanas y ecológicas presentes de forma transversal en el conjunto de las políticas públicas, cuidado y conversión de nuestra vida interior, en simbiosis y relación "con todas las cosas" (LS 233).
  • La sinodalidad, entendida como Iglesia en igualdad de co-responsabilidad y participación, que compromete la acción de todas las personas hacia el cuidado y el bien común, en un camino compartido. Una Iglesia de puertas abiertas, samaritana y dialogante, necesitada de profundizar y transitar en su conversión ecológica. Como Comisiones diocesanas nos comprometemos a crear espacios de reflexión y revisión, para ir aterrizando y concretando lo que aquí expresamos.

«Parte de una adecuada comprensión de la espiritualidad consiste en ampliar lo que entendemos por paz, que es mucho más que la ausencia de guerra. La paz interior de las personas tiene mucho que ver con el cuidado de la ecología y con el bien común, porque, auténticamente vivida, se refleja en un estilo de vida equilibrado unido a una capacidad de admiración que lleva a la profundidad de la vida». (LS, 225)


[1] V. Martín, Soñar con una fraternidad abierta y universal. Claves pastorales de acción caritativa y social a la luz de Fratelli tutti. Pág. 141. Madrid 2022 Edt. Cáritas Española.

[2] Raimon Panikkar, Ecosofía.

[3] Cristianismo y Justicia. Cuaderno 228. "El desperdicio de alimentos" Pág. 13. José Carlos Romero y Jaime Tatay.