Gaza muere de hambre, sed y olvido. En silencio

07.05.2025

Gaza no muere solo bajo las bombas. Gaza muere lentamente, día a día, hora a hora, de hambre, de sed, de enfermedades curables. Muere bajo el asedio criminal de un régimen que ha convertido cada necesidad básica en un arma de guerra. Muere con la complicidad de un mundo que permite que, en pleno siglo XXI, más de dos millones de personas sean empujadas al exterminio no solo por el fuego, sino también por el hambre inducida.

El Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas ha dado la alarma: se han agotado los alimentos. No hay más reservas. No hay cómo abastecer a la población palestina, porque el ejército israelí impide la entrada de suministros esenciales. Camiones con comida son bombardeados, retenidos, saqueados o simplemente bloqueados. Familias enteras sobreviven con un puñado de arroz al día, con pan hecho de pienso animal, con agua salada o contaminada. Las madres dan de beber a sus hijos agua estancada, sabiendo que probablemente les causará enfermedades. Pero no tienen otra opción.

En los hospitales, ya sin medicinas ni electricidad, la muerte por desnutrición se mezcla con la muerte por infecciones tratables. Los niños y niñas con diarreas severas no pueden recibir un simple suero. Los ancianos mueren por falta de insulina. Las embarazadas dan a luz sin anestesia, sin higiene, sin posibilidad de salvar a sus bebés prematuros. Las enfermedades más comunes —neumonía, infecciones de piel, fiebre tifoidea, gastroenteritis— se vuelven mortales, no porque no tengan cura, sino porque Israel ha convertido la sanidad en un objetivo militar.

El hambre en Gaza no es una consecuencia colateral. Es una estrategia. Es parte de un plan de castigo colectivo que viola todas las leyes internacionales y que, sin embargo, se tolera. La Convención de Ginebra lo prohíbe. El derecho internacional humanitario lo prohíbe. El sentido común y la moral básica lo prohíben. Pero los gobiernos occidentales —incluyendo el español— siguen manteniendo relaciones con el régimen que impone este asedio.

No estamos ante un "conflicto". Estamos ante un crimen sistemático que utiliza el hambre como herramienta de exterminio. Un pueblo entero está siendo llevado a la inanición. Gaza es hoy la imagen de una humanidad fracasada: una humanidad que contempla impasible cómo se mueren niños por falta de pan y agua, mientras sus dirigentes cierran acuerdos de cooperación con sus asesinos.

Y cuando el Programa Mundial de Alimentos dice que ya no puede alimentar a Gaza, no solo está hablando de la gravedad de la crisis. Está emitiendo un grito de auxilio. Un grito que interpela a todos los gobiernos, a todas las sociedades, a todos nosotros: ¿permitiremos que un pueblo muera de hambre con el sello de Naciones Unidas estampado en su certificado de defunción?

La responsabilidad es política. La respuesta también debe serlo. Exigir un alto el fuego no basta. Hay que levantar el asedio. Hay que imponer sanciones. Hay que suspender toda cooperación militar, económica y diplomática con Israel. Hay que dejar de fingir que esto es un enfrentamiento equilibrado. Es un genocidio planificado. Y el hambre es su forma más silenciosa y brutal.

Mientras Gaza se muere de hambre, Europa negocia con su asesino. Mientras Gaza se desangra sin medicinas, los ministerios de Defensa y de Interior de España compran munición a quien impide su tratamiento. Eso no es neutralidad. Eso es colaboración criminal.

Por eso debemos gritarlo alto, en Madrid y en todo el mundo: ¡El hambre en Gaza es un arma de guerra, y quien no la denuncia, la sostiene!