¿De qué estamos hablando?
Sentimos el dolor intenso de tantas personas sufriendo las guerras entre Palestina e Israel, entre Ucrania y Rusia. Jenny Sinclair, directora de la ONG británica "Together for the common good" se pregunta en una reflexión meditativa del encuentro de Justicia y Paz Europa en Malta en noviembre de 2023: "¿Cuántas personas más sufrirán antes de que la furia y la petición de venganza se conviertan en perdón y reconciliación? Parece imposible pero para Dios todo es posible, también a través del testimonio profético de gente valiente".
No obstante, no hay que pensar que vamos a recibir mucha ayuda por parte de nuestra cultura y de sus líderes. Precisamente la gente que debería tener una visión de justicia e indicar caminos hacia la paz es gente perdida, cegada por los principios de un liberalismo convertido en una ideología radicalizada y omnipresente. En su desarrollo último, en nuestro mundo actual, el liberalismo nos está llevando a una "liberación" de la familia e.d. a una "liberación" de la conciencia de formar parte de una familia, a una desvinculación de la religión y de la comunidad, incluso del lugar, del país, de la historia, de Dios y de la naturaleza humana (cf. Mensaje del papa Francisco para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz, titulado "Inteligencia artificial y paz", 1 de enero de 2024). Es decir, la sociedad liberal no es una sociedad libre. Su cultura del individualismo viene con grandes injusticias, desigualdades y centralización del poder en manos de pocas personas. Sin frenos y cambios estructurales desembocará en un egoísmo totalizado que socava la vocación cristiana de construir una sociedad basada en el amor, la ética, la paz y la justicia, donde la persona humana y la fraternidad constituyen los dos ejes fundamentales de toda la vida, también de la vida económica y social (cf. Enseñanza social de la Iglesia).
¿De lado de qué y de quién estamos entonces? Jesús estaba en contra
del poder político, económico y social (apoyado por una clase de dirigentes judíos
con sus propios intereses) que oprimía a la gente pobre. Su sueño, supuestamente el nuestro como personas que le siguen, era introducir los valores del Reino de Dios en el corazón de las
personas y de la sociedad en coherencia con la voluntad de Dios, con una consecuencia como que la economía tenga el objetivo principal el bien común del cual todos deben participar.
¿Qué es lo que no va bien entonces? Las obligaciones morales desde la fe en Cristo y la política concreta para estar de lado de las personas más pobres, frágiles y vulnerables están a menudo negadas por personas y grupos dentro y fuera de la Iglesia que no escapan a la influencia de la cultura del individualismo y del liberalismo en su dinamismo radicalizado. Si no fuera así, entonces ¿por qué no hay más protesta y resistencia en la comunidad cristiana contra el vigente sistema económico que excluye y hasta mata a tantas personas? Un sistema que se presenta como triunfador en todo el mundo, pero en realidad sacrifica muchos valores humanos en el altar de sus intereses, desacraliza la vida y la creación. Esta cultura está haciendo mucho daño a lo que debería ser la Iglesia: un lugar de mansedumbre, de reconciliación, de encuentro, de acogida de las personas más pobres como hermanos y hermanas y no como meros destinatarias de nuestro trabajo social. Una Iglesia como un lugar activo de resistencia en contra de tanta injusticia, exclusión social y deshumanización; una Iglesia humilde y pobre, abierta y respetuosa con lo diferente; una Iglesia que evangeliza desde la pobreza (cf. papa Francisco, EG 198). ¿No es esto lo que Dios quiere? Si nos identificáramos más con las personas pobres, ¿no sentiríamos más la interdependencia de todo lo que vive, facultad que las personas ricas y las tan ocupadas en la clase media y media alta tan fácilmente pierden?
Ton Broekman, Justicia y Paz Palencia; Comité Ejecutivo de Justicia y Paz Europa