Justicia y Paz reúne actitudes complementarias de espiritualidad ecológica

11.05.2021
  • La oración de Taizé es una respuesta al clamor de la alteridad y una propuesta de cuidado.
  • El Huerto Hermana Tierra se abona con empleo digno y colaboración fraterna.
  • La selva viviente ofrece remedios para curar a las personas, su espíritu y dignidad.

El sexto objetivo Laudato si' inspiró a la Comisión General de Justicia y Paz a hacer confluir caminos comunitarios sobre espiritualidad ecológica en el seminario web del 10 de mayo. Las experiencias compartidas ofrecen frutos de acogida, intercesión, fecundidad, empleo digno, cuidado, asombro, descanso, complementariedad, desafío y agradecimiento. Todo ello refleja una naturaleza habitada que nos recrea.

El límite como origen de las relaciones fecundas

Aventurarse a explorar la ecología del desierto supone experimentar el límite que conduce a la apertura al prójimo, al Creador y a la propia naturaleza. La fusión con el desierto es la muerte. Por ello, el desierto es un lugar privilegiado del encuentro con lo que estamos llamados a ser y con todo lo que existe. Se integra el límite sin frustración y se recrean las relaciones de alteridad y reciprocidad desde la humildad. Las nuevas relaciones permiten escuchar el clamor de la creación que sufre con dolores de parto y brota la oración como parte del cuidado, vinculando el clamor de la Tierra y de las personas más pobres. En la comunidad de Taizé los frutos de esta intercesión comunitaria son la acogida ecuménica y la vida sencilla.

La naturaleza es finita, tiene límites que no consideramos en la sociedad del bienestar y el consumismo. En el capitalismo neoliberal, especialmente, se destruyen los principios sólidos, las verdades objetivas, de ahí que, como sociedad, no tenemos un límite claro a los deseos. Por eso insiste Francisco en este relativismo: "Si no hay verdades objetivas ni principios sólidos, fuera de la satisfacción de los propios proyectos y de las necesidades inmediatas, ¿qué límites pueden tener la trata de seres humanos, la criminalidad organizada, el narcotráfico, el comercio de diamantes ensangrentados y de pieles de animales en vías de extinción? ¿No es la misma lógica relativista la que justifica la compra de órganos a los pobres con el fin de venderlos o de utilizarlos para experimentación, o el descarte de niños porque no responden al deseo de sus padres?" (LS, 123).

Un huerto de fraternidad y diversidad

El Huerto Hermana Tierra del convento de capuchinos de El Pardo, a las afueras de una gran ciudad como Madrid, es un ejemplo concreto de espiritualidad ecológica. Ofrece muchas posibilidades de cosechas nuevas en la colaboración, en la reflexión y el pensamiento, en la educación, en el disfrute del campo y el tocar la tierra... Es un signo, un espacio natural, donde la gente pasea y monta en bici, reza al Cristo. Ayuda a salir de un mundo y, quizás, querer entrar en otro, desear otra cosa, "otro mundo posible"... Un Huerto ecológico, cultivado por jóvenes inmigrantes, empleados dignamente y sostenido entre muchas personas y familias. Supone potenciar la tierra, "nuestra hermana madre tierra", la casa común, que produce diversidad de hortalizas, frutas y experiencias. Resulta un espacio alternativo y profético, donde contar una historia... a la vez que crea un nuevo paradigma más solidario, fraterno y sostenible.

Un Huerto que abre un surco nuevo, en otra dirección e introduce una brecha en la normalidad de nuestro consumo porque en el mundo del bienestar y el entretenimiento que todo lo envuelve, al final nos cuesta mucho pasar a los hechos, dar coherencia y hacernos creíbles en nuestros sueños, encarnar y arraigar lo que nombramos. Y el valor de este Huerto es que contribuye a "otra cosa" que necesitamos, que la arraiga y la acerca.

La petición de San Francisco de Asís sigue presente en el Huerto "dejando una parte sin cultivar para que crezcan las hierbas silvestres, de manera que quienes las admiren puedan elevar su pensamiento a Dios, autor de tanta belleza".

Los derechos de la selva viviente

La selva viviente es la espiritualidad del pueblo kitchwa, de Sarayaku, en la Amazonía ecuatoriana. Proponen volver a nacer en la naturaleza y cuidar de ella, respetar los ecosistemas primarios donde fluye la vida para el equilibrio del planeta. La selva es un sujeto de derecho porque es un ser vivo, consciente. Los iachas o sabios de los pueblos amazónicos reconocen seres en la naturaleza con funciones específicas para regenerar los ecosistemas. Estos seres no son dioses sino comunicación espiritual con la naturaleza y parte de un Dios creador supremo, que es armonía, energía y fuerza.

Los pueblos originarios son guardianes de la naturaleza y los ecosistemas, de la creación sagrada. Este rol es fruto de su cosmovisión que no entienden empresas ni gobiernos. Muchas veces la defensa de estos espacios ha sido incomprendida en una confrontación por explotar la tierra para obtener beneficios o tener usufructo de ella. Las dos visiones son controvertidas en un mundo económicamente basado en combustibles fósiles, explotación petrolera y minera, construcción de hidroeléctricas, estando situados muchos de estos recursos naturales en la Amazonía. Por eso su espiritualidad selva viviente también propone la exclusión definitiva de las industrias extractivas de su territorio.

Los seres humanos somos tierra, espíritu, aire, naturaleza. Nuestra parte espiritual trascenderá al cielo. Posiblemente la sociedad occidental perdió o negó una parte de su ser. Ahora es el momento de volver a juntar el rompecabezas que armamos los seres humanos para lograr una espiritualidad verdadera, integral, tal como la ecología y los conocimientos que se complementan para no estar dispersos, ya que esto resta energía. Los pies en la tierra, conectados a la naturaleza, y el corazón y la cabeza conectados al cielo porque somos espiritualidad sagrada de amor, convivencia y armonía.

Ser comunidad y complemento desde nuestro lugar

Un elemento para la ecología integral es romper el individualismo que corta los vínculos entre lo natural y lo humano, entre lo individual y lo colectivo. El ser humano no puede vivir si no lo hace como un individuo inserto en una comunidad cultural e histórica. Ser persona implica la relación como elemento sustancial de lo humano.

No podemos olvidar que el sistema ecológico es una unidad de todos sus componentes y somos seres vivos porque interactuamos con el planeta entero, desde las estructuras físicas del mismo, hasta las químicas y biológicas. Nuestra vida no sería posible sin ese equilibrio climático que permite una temperatura de unos 14º C de media en el planeta. Esa temperatura es la clave para que se den los actuales regímenes de lluvias y las corrientes oceánicas que reparten el calor por todo el planeta.

La creación nos acoge y hermana. Es un canto a la fraternidad y a la comunión de la diversidad. Nuestra aportación a ella es única y aún más plena cuando tejamos recíprocamente redes de vida que nos sostengan. Es tiempo de actuar, del Espíritu, de atreverse, de revitalizar las conexiones de la casa y el clima común.