Laudate deum

26.10.2023

El día 4 de octubre, festividad del San Francisco de Asís y final del Tiempo de la Creación, el papa dio a conocer la Exhortación apostólica Laudate deum, que se venía anunciando como una segunda parte de la encíclica Laudato si', publicada ocho años antes.

Como viene ocurriendo con muchas de las cosas que publica o dice el Papa no han faltado las críticas, incluso dentro de la Iglesia. Fuera de ella la repercusión no ha sido tan fuerte como la encíclica Laudato si'. Quizá la crítica más constante ha sido que habla demasiado de cosas científicas, pero Francisco lo justifica al menos dos veces. La primera en el número dos donde se lamenta que después de ocho años de la publicación de la encíclica las reacciones no han sido suficientes. La segunda vez se lamenta de la poca repercusión que ha tenido en la Iglesia: «Me veo obligado a hacer estas precisiones, que pueden parecer obvias, debido a ciertas opiniones despectivas y poco racionales que encuentro incluso dentro de la Iglesia católica» (LD,14).

Si pensamos en los avances que ha habido en estos años para la lucha contra el cambio climático no podemos sino manifestar nuestro acuerdo con el Papa: los avances son lentos en la sociedad y las políticas de la mayoría de los gobiernos que más pueden contrarrestar el calentamiento global de nuestro planeta no parecen que tengan como prioridad luchar de forma efectiva y rápida contra el calentamiento global.

Si en Laudato si' se criticaba el paradigma tecnocrático aquí también se hace de forma aún más contundente. Los avances tecnológicos hacen creer al ser humano que su poder es ilimitado, un poder que está solo en manos de unos pocos: aquellos que tienen la tecnología y los recursos económicos necesarios para llevar a cabo sus deseos de dominio. Esto es una percepción errónea, ya que somos naturaleza, formamos parte de ella y cuidarla y mejorarla debe formar la esencia de un compromiso ético en cualquier acción que se lleve a cabo en ella pensando en todas las personas que habitan el planeta y en las generaciones futuras.

Muy sugerente y digno de reflexión, avanzando en las propuestas que hace el Papa, es el apartado que ha denominado «Reconfigurar el multilateralismo». Valora el poder que en determinadas circunstancias pueden ejercer las organizaciones civiles ante situaciones de poco respeto hacia los derechos humanos o de soluciones poco prácticas que en momentos complejos pueda tener la política, promoviendo acciones que han producido cambios en la sociedad, como puede ser la prohibición de minas antipersona. Es la aplicación práctica del principio de subsidiaridad de la Doctrina social de la Iglesia.

No se trata de reemplazar a la política, pero la globalización favorece el intercambio cultural y posibilita un conocimiento mayor y la integración de poblaciones que provocan un multilateralismo desde abajo. Por todo ello las relaciones internacionales no deben tener en cuenta solo las relaciones de poder, sino que deben dar respuesta a los retos de la humanidad en cuestiones ambientales, sanitarias, culturales… para lo que será necesario desarrollar espacios de conversación, consulta, arbitraje, resolución de conflictos y supervisión; en definitiva, una democratización desde bajo. Acaba el Papa diciendo en este apartado que «ya no nos servirá sostener instituciones para preservar los derechos de los más fuertes sin cuidar los de todos» (LD, 43).

Dos capítulos dedica el Papa para hablar de las reuniones sobre el clima. En el primero se mencionan los avances y fracasos que han supuesto estas cumbres, los acuerdos incumplidos o que no son vinculantes y las dificultades que hay para llegar a ellos.

En el segundo pone su esperanza en la COP28 que tendrá lugar en Dubai porque negar esa esperanza sería un acto suicida que llevaría a exponer a una gran parte de la humanidad, especialmente a la más pobre, a las dramáticas consecuencias del cambio climático. El Papa sigue confiando en la persona humana, que es capaz de trascender sus pequeños intereses y de pensar en grande. Hay que superar la lógica de aparecer como seres sensibles y al mismo tiempo no tener la valentía de tomar decisiones que produzcan cambios importantes.

Aboga el Papa porque los acuerdos sean valientes y vinculantes y muestra el deseo de que quienes intervengan en esta cumbre sean capaces de pensar en el bien común y en el futuro de sus descendientes, más que en el bien de determinados países o empresas.

El último capítulo lo dedica a las motivaciones espirituales. Es importante que actuemos con las motivaciones que brotan de nuestra propia fe. La naturaleza nos habla permanentemente de Dios, contemplarla, agradecerla y cuidarla es responder a ese don que Él nos ha entregado para que nos cuidemos, cuidemos nuestra espiritualidad y nuestro cuerpo, cuidemos las relaciones con las demás personas y las relaciones con todos los seres vivos: «Dios nos ha unido tan estrechamente al mundo que nos rodea, que la desertificación del suelo es como una enfermedad para cada uno, y podemos lamentar la extinción de una especie como si fuera una mutilación. Así terminamos con la idea de un ser humano autónomo, todopoderoso, ilimitado, y nos repensamos a nosotros mismos para entendernos de una manera más humilde y más rica» (LD, 68). «Porque un ser humano que pretende ocupar el lugar de Dios se convierte en el peor peligro para sí mismo» (LD, 73).

Isabel Cuenca, grupo de Ecología Integral-Justicia y Paz Sevilla