Para que nadie quede atrás

18.07.2022

"La experiencia de fragilidad y limitación que hemos vivido en los últimos años, y ahora la tragedia de una guerra con repercusión mundial, deben enseñarnos definitivamente una cosa: no estamos en el mundo para sobrevivir, sino para que a todos se les permita una vida digna y feliz" (Mensaje del Papa Francisco para la VI Jornada Mundial de los Pobres).

Los últimos años han supuesto un desafío constante para el bienestar y la seguridad que se suponían realidades consolidadas. Las pandemias, y ahora la devastadora e incomprensible guerra, introducen desequilibrios en modelos organizativos y productivos que se creían estabilizados, y provocan graves trastornos que afectan especialmente a las personas más débiles de la sociedad, acentuando en consecuencia los niveles de desigualdad.

La inflación, casi olvidada, va en aumento, con repercusiones alarmantes en los precios de los bienes de primera necesidad que repercuten directamente en la vida diaria, pero sobre todo en la de quienes menos tienen, porque son bienes esenciales.

Hoy, más que nunca, lo que se requiere y exige es una intervención política que integre todas las sinergias sociales y económicas, que sea creativa porque tenga en cuenta la diversidad de los distintos grupos sociales y que combata la ceguera de una acción que, por ser teóricamente igual para todos, deja a tantas personas fuera.

La pandemia demostró claramente las virtudes de la intervención de proximidad, identificando la especificidad de las situaciones, actuando en un tiempo más corto, articulando los recursos y las competencias de los agentes locales.

El Estado es naturalmente responsable de la definición rápida y oportuna de las políticas públicas que definen las líneas generales, los criterios que informan la acción promoviendo una efectiva justicia social y combatiendo y eliminando las desigualdades. Pero el Estado también es responsable de organizar e incluir en esta intervención a todos los actores sociales y económicos, para anticiparse a las omisiones y exclusiones. Organización e inclusión que prevean modelos y recursos para que la acción se materialice. Reforzar las competencias municipales, incluyendo las estructuras de la sociedad civil, reconociéndolas y reforzando los medios cuando sea necesario, de forma subsidiaria.

La sociedad en su conjunto, las comunidades locales, deben redescubrir naturalmente su papel de solidaridad, su función insustituible de refuerzo y consolidación de la cohesión social. En la identificación de cada uno, en la adaptación a cada una.

Nos corresponde a cada persona comprender los tiempos que vivimos, la urgencia de nuevos (viejos) comportamientos de contención y de compartir, el reaprendizaje de la solidaridad.

El reto es lograr aprender de lo nuevo y de lo viejo, y reconstruir con audacia un modelo organizativo que promueva la proximidad y el compartir, la agilidad y la versatilidad, para cumplir con la justicia social y luchar contra la desigualdad.

Los tiempos que vivimos son inciertos y de escasos recursos, por lo que la intervención tiene que ser ágil, adaptable y cercana, y simultáneamente inducir el aprendizaje y potenciar la autonomía.

Hoy, más que nunca, lo que se requiere y exige es actuar contra la globalización de la indiferencia y la cultura del descarte del sufrimiento que estos tiempos traen de manera abrumadora y casi insoportable, para que nadie, realmente nadie, quede atrás.


Nota de las Comisiones de Justicia y Paz de Portugal