La noviolencia cristiana (III): Antiguo Testamento y noviolencia 1

11.12.2025

Cuando hablamos de Noviolencia Cristiana siempre sobrevuelan algunas dudas que aparentan contradicciones. ¿Cómo puede ser que el Nuevo Testamento proclame la Noviolencia si el Antiguo Testamento parece que promueva lo contrario? En primer lugar, son dos episodios diferentes, que tienen protagonistas diferentes, corresponden a épocas diferentes y tanto sus reacciones como su explicación a las mismas es diferente. Que sea diferente no significa que difieran o, más aún, que sean contradictorias. Está asumido que la Biblia, así como los textos sagrados de cualquier confesión o tradición religiosa están basados fundamentalmente en relatos. Ello no nos ha de llevar a la dicotomía entre verdad/falsedad, porque no hay nada falso en las sagradas escrituras de ninguna religión; sí que hay versiones o interpretaciones sin contexto, con literalidad, y sobre las que no se ejerce una visión de conjunto que ayude a "comprender" (este es el gran término), es decir, "hacer comprensión" de lo que ocurre en lo que se relata, de dónde proviene, qué fondo tiene y a dónde pretende llegar.

A menudo, Jesús de Nazareth optaba por las parábolas, que no eran otra cosa que relatos con moraleja, metáforas que pretendían explicar lo difícilmente explicable. En geometría una parábola es la unión entre dos puntos de manera ondulada. Comparándolo con lo que pretenden los textos sagrados, lo cierto es que contienen pensamientos, sentimientos, valores y exposiciones de tal fondo que sólo buscando el camino a menudo "parabólico" es posible tan sólo acercarse a aquello que se está pretendiendo exponer. No por otra razón que por lo siguiente: si se va directo no se puede comprender. De ahí que las interpretaciones bíblicas no deban ser nunca, nunca, literales. La literalidad en la interpretación de los textos sagrados garantiza que a un fragmento se le pueda hacer decir una cosa y justo lo contrario a la misma.

Es en este sentido que es preciso acudir al rico Antiguo Testamento con este condicionante. De este modo, en materia violenta o noviolenta, podremos leer siempre los textos asumiendo que tienen dos capas: el pasaje (lo que muestran y cómo lo muestran) y el mensaje (el contenido de fondo que están intentando transmitir). Así pues, a menudo conocemos textos del Antiguo Testamento que recogen "pasajes" violentos que además se expresan con violencia; eso es debido a que la época estaba muy impactada y afectada respecto a la violencia. Pero, a la vez, si escarbamos en una correcta y adecuada interpretación -a la que ayuda también la mejor traducción posible-, llegamos al mensaje de fondo; y resulta que siempre, el mensaje de fondo no es violento. Es más, acaba culminando en el Nuevo Testamento, que expone la noviolencia de Jesús y el Evangelio de la noviolencia. Si a Jesús no podemos entenderlo sin el Antiguo Testamento y fue un hombre de paz y noviolencia, ¿como no vamos a encontrar el sentido de paz y noviolencia en las antiguas -pero vigentes- escrituras, que preparan el Nuevo Testamento? La gran pregunta sugiere una profunda contradicción: ¿con el Antiguo Testamento tenemos un Dios violento y con el Nuevo un Dios noviolento?

Efectivamente, en la Biblia hay relatos donde pareciera que Dios actúa violentamente como guerras, castigos, muertes o catástrofes, lo que hace difícil conciliarlo con la imagen de Jesús que revela un Dios compasivo. La respuesta requiere una lectura crítica, histórica y teológica a la manera de lo expuesto anteriormente. Sin ello, es imposible poder hacer comprensión correcta.

En primer lugar, hay que tener en cuenta que la Biblia es un camino de revelación progresiva. La revelación bíblica no ocurre de una sola vez, sinó que Dios se revela en una historia con personas concretas, en culturas concretas y a lo largo de siglos. Es por este motivo que los primeros textos reflejan mentalidades antiguas, donde se pensaba que todo evento histórico (incluidas derrotas y tragedias) era causado directamente por Dios. Con el tiempo, la Biblia muestra un Dios cada vez más misericordioso, justo y cercano. Y, finalmente, la revelación culmina en Jesús, quien redefine por completo toda interpretación violenta de Dios. Lo cual significa que algunos textos que presentan a Dios como violento no son una fotografía literal de su modo de ser, sino un espejo de cómo ese pueblo entendía a Dios en ese momento histórico.

En segundo lugar, tal y como antes referíamos, es precisa una lectura contextual que permita captar el fondo que expresa el lenguaje de la antigüedad. Así, los antiguos israelitas, como muchos pueblos antiguos, interpretaban: terremotos, plagas, derrotas militares, pestes o enfermedades como signos directos de la ira divina. Esta mentalidad no desaparece de inmediato, y aparece reflejada en varios libros bíblicos. Pero eso no implica que Dios sea autor de violencia, sino que así era percibido en un contexto cultural limitado.

En tercer lugar, hay una particular pedagogía divina frente a la dureza del corazón. Esto significa que la Biblia muestra a un pueblo que continuamente se aleja, fracasa moralmente, cae en idolatría, oprime a los pobres y practica la violencia. De modo que en ese contexto, la pedagogía divina a veces utiliza el lenguaje del castigo para mostrar consecuencias, no para ejercer violencia. Por consiguiente, muchas acciones atribuidas a Dios son, en realidad, descripciones de cómo el pueblo experimenta las consecuencias de sus propias decisiones; y no cómo es Dios o cómo se comporta con los humanos.

Finalmente, frente a los textos violentos, otros pasajes muestran un Dios totalmente distinto. ¿Cómo podemos hallar el camino para una comprensión idónea entre esos textos violentos y un Dios no violento? Además de lo dicho anteriormente, el jesuita y teólogo Joan Morera resalta dos patrones noviolentos de Dios en las Escrituras que permiten abordar un análisis fiel al verdadero sentido y proceder de Yahvé a lo largo de la Biblia. Más allá de los relatos puntuales que parecen atribuir violencia directa a Dios, emerge un conjunto coherente de patrones de actuación que revelan su verdadero modo de ser: un Dios que busca recuperar, restaurar y reconciliar, no destruir.

Estos patrones se centran en dos grandes estructuras: el patrón RIB y el patrón ANAWIM. Ambos permiten comprender desde dentro cómo se revela la noviolencia divina y cómo Dios actúa ante el mal, la injusticia y la infidelidad humana. No se trata de propuestas marginales ni excepcionales, sinó que forman parte del corazón de la revelación veterotestamentaria, y preparan el terreno para la plenitud noviolenta que se manifiesta en Jesús. Desarrollarlos implica observar la lógica interna de la acción divina, en contraste con la lógica humana de venganza o represalia.

El patrón RIB presenta a Dios como juez restaurador, no como verdugo. El término hebreo RIB (רִיב) significa "pleito" o "contienda judicial". Se trata de una estructura literaria y teológica en la que Dios actúa como acusador en un juicio simbólico, pero no para condenar, sino para reconducir al pueblo a la alianza. Aparece en numerosos textos proféticos del Antiguo Testamento, como los de Miqueas, Isaías, Jeremías u Oseas, entre otros. Lo fundamental del RIB es que revela un Dios que no responde al mal con venganza, sino con misericordia activa, con un proceso que busca iluminar, corregir y restaurar. Es un juicio terapéutico, no punitivo, lo cual significa que este patrón ya anticipa la enseñanza de Jesús: "No he venido a condenar al mundo, sino a salvarlo."

Por otro lado, el patrón ANAWIM se refiere a salvación a través del pequeño Es un gran patrón noviolento. La palabra anawim (עֲנָוִים) significa "los humildes, los pobres, los pequeños, los mansos", pero no en sentido meramente económico: se refiere a aquellos que confían en Dios como su única defensa. Dicho patrón expresa la manera característica de actuar de Dios: elige al pequeño para salvar al grande, al débil para desarmar al poderoso. Es un patrón profundamente subversivo, porque invierte la lógica de los imperios. Muestra que la fuerza se manifiesta en la debilidad, evidenciando que Dios no actúa mediante ejércitos, poder militar o presión política. Sus acciones salvíficas tienen lugar a través de personas o situaciones que, humanamente hablando, no tienen nada que ofrecer: Moisés temeroso y tartamudo, David pastorcito menor, Jeremías joven e inexperto, Rut extranjera y viuda, María, una muchacha desconocida, Jesús, carpintero galileo crucificado.

El patrón anawim "desarma" las interpretaciones violentas de la acción divina. Si Dios actuara como los imperios, elegiría a los fuertes. Pero al elegir a los débiles, Dios muestra que su poder no se basa en la fuerza, sino en el amor que transforma. De este modo, la salvación del poderoso ocurre mediante el pequeño. Este rasgo es clave en la noviolencia bíblica. No se trata solo de que Dios favorece al débil, sino de que salva al fuerte a través del pequeño: José salva a sus hermanos agresores, Jonás —a pesar de sí mismo— conduce a Nínive al arrepentimiento, el siervo sufriente carga los pecados del pueblo, Jesús salva a la humanidad desde la cruz, no desde un trono.

La lógica de base es profundamente contracultural: el débil no destruye al fuerte; lo transforma. Y ésto es la noviolencia del mensaje de fondo del Antiguo Testamento, a pesar del lenguaje de cada pasaje. Y si Jesús es la plenitud de la revelación que ya atisbaba el Antiguo Testamento, entonces Dios es radicalmente noviolento. Es más, Jesús nunca atribuirá a Dios la violencia, desautorizando incluso expresamente a sus discípulos cuando quieren usarla (Lc 9,55; Mt 26,52). Este Jesús noviolento no puede ser contrario ni contradictorio al Dios del Antiguo Testamento, ergo se trata de un Dios noviolento.

Xavier Garí de Barbarà,  colaborador JP Barcelona